La enfermedad crónica de la derecha


Hundida bajo el peso de su propia medianía, la derecha contemporánea, más deslavada que nunca y temerosa de sí misma, parece tener más connotaciones míticas que auténticas. Los medios, los intelectuales y los políticos no dudan en invocar su nombre, todos menos los que, supuestamente, se encuentran ubicados en ese sector de las ideologías. A la luz pública es mejor negar cualquier filiación con ella y quienes, ingenuos, creen que desafían al sistema y se arrogan la investidura del conservadurismo o del libre mercado tardan muy poco en parchar su discurso, prestos en todo momento a hallar la salida retórica más rápida. Entonces aparecen varias palabras cuya sola mención ya nos revela la tragedia: derecha moderada, centroderecha, economía social de mercado, capitalismo popular o con rostro humano, etcétera. Términos que denotan la necesidad patológica de los supuestos derechistas contemporáneos de desligarse de sus raíces y de querer mezclarse, hasta quedar indistinguibles en esencia, con sus congéneres de la izquierda deslactosada que se presenta ante la sociedad como la única opción viable en estos tiempos. 

Qué mejor para el progresismo cultural y sus líderes que esto suceda. No habrá de qué preocuparse mientras la derecha sea mantenga mansa —un poco gruñona, no importa— y deseosa de participar de un juego político que perdieron antes de que sonara la primera campanada. Cabe preguntarse si fueron tan brillantes los progresistas o tan idiotas los de esa derecha timorata que poco ha logrado y que no consigue echar cimientos firmes. Mientras que los primeros han sido exitosos al momento de construir un relato aceptado y deseado por grandes sectores de la sociedad, los segundos son culpables no solo de ser incapaces de combatirlo sino de caer en la trampa propuesta por sus adversarios.  

De allí que muchos aboguen hoy en día por el punto medio, tan de moda en estas fechas donde correrse al centro parece la decisión más sensata, toda vez que la tibieza es la zona preferida de los perezosos y la que tanto seduce a jóvenes apáticos y de cortas ideas, más ansiosos de un discurso ecléctico que de un programa sin ambigüedades. Y ya que la batalla cultural se va perdiendo de calle, los modernos izquierdistas, al menos los que tienen esa amigable fachada de la institucionalidad y que se prestan siempre a la alternancia, no tienen por qué alarmarse cuando la derecha parece ganar algo de fuerza. Esa calma radica en un hecho muy simple y de suyo trascendente: no existen condiciones para que esa derecha que por momentos goza de los favores de la gente se enraíce en los niveles más profundos de la sociedad, a no ser que haya algo que detone un cambio cultural significativo; y esto no parece un escenario probable, no hoy cuando la derecha tiene miedo a ser llamada derecha, cuando el conservadurismo es el peor de los epítetos y cuando los capitalistas no quieren ser capitalistas.

Habrá que acusar de insalvable ingenuidad a quien no haya previsto el estado actual y raquítico de la derecha, tanto a los alarmistas tontos de la izquierda que ven en cualquier rastro de libre mercado la derrota a su utopía, pero sobre todo a los derechistas bobalicones que creyeron que una privatización o un muro hecho escombros bastarían para asegurar la permanencia de los valores liberales. Esta naïveté, propia de una generación que de tan iluminada por los destellos de los nuevos tiempos terminó por deslumbrarse, habría de devenir estertor y derrota.  Nunca fueron más vigentes las palabras que en 1953 el preclaro teólogo y filósofo Francisco Canals pusiera por escrito en una de sus más memorables piezas: El derechismo y su inevitable deriva izquierdista

Mientras la izquierda proclamaba que nada le parecería demasiado revolucionario, la derecha se esforzaba siempre por poner de relieve lo “moderado” y “prudente” de su actitud antirrevolucionaria, y se gloriaba por ello de poder mostrar, como testimonio de su amor a la libertad y al progreso, que no dejaba de ser considerada ella misma como revolucionaria por los “extremistas de la derecha”, por los “reaccionarios”.
El resultado necesario de esta situación fue el constante desplazamiento hacia la izquierda, no sólo de la opinión y de los partidos, sino de la norma de valoración con que se juzgaba del derechismo y del izquierdismo de tal o cual actitud.


No sorprende en modo alguno que muchas banderas que antes eran propiedad exclusiva de la izquierda, ahora también son asumidas por los políticos e ideólogos de la derecha. La excusa no podría ser más conveniente, aunque no por ello sensata, y es que «tenemos que ajustarnos a los nuevos tiempos» —y con ello su fatal corolario: rendirse a la fatalidad de que no queda más opción que recoger gran parte del discurso progresista—. No anticiparon estos personajes que la derecha iría con un rezago y que los electores verían en estas actitudes una mala calca de lo que los políticos progresistas ofrecían. 

La genialidad de Canals radica en el hecho de que, mucho antes de que este fenómeno empezara a ser tangible, en una época en la que hoy en día se asume que el sector político al que él pertenecía y criticaba tenía una actitud bien definida e inamovible ante ciertos temas, supo identificar que el problema de la derecha era estructural, que no estaba acotado por un momento histórico y que este no detendría su marcha en un futuro previsible. A Canals no le faltaba razón. Una vez dentro del juego del progresismo, nada evitaría el desplazamiento poco a poco hacia la izquierda. Y, por supuesto, en una sociedad donde el pensamiento cultural está formado por los intelectuales orgánicos del igualitarismo, parece poco probable que liberales y conservadores tengan la capacidad para dar una auténtica batalla. Máxime si los primeros gastan sus energías en tratar de convencerse inútilmente a sí mismos y a los pocos que los escuchan de que no son de derecha —de ahí, mal que les pese, la insistencia de este texto de incluirlos en este espectro—, o si los segundos insisten en sumarse a la carrera del estatismo. 

Queda como premonición la frase de cierto presidente de trágica memoria y líder de una nación al sur de los Estados Unidos que, siendo identificado como una figura de la derecha tradicional y de esa quimera que han dado a llamar el neoliberalismo, afirmara en su campaña que «rebasaría a la izquierda por la izquierda».  Enferma, temerosa de sí misma, de lo que fue y de lo que se supone que debería ser, la derecha ha dejado ya de competir en un campo parejo. Tanto así que asistimos, cada vez con mayor frecuencia, al espectáculo ridículo de los otrora liberales y conservadores queriendo mimetizarse con el buen progre.

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3 Comentarios

  1. ¿Ya conoces a don Hermógenes Pérez de Arce?

    http://www.cnnchile.com/programa/cnn-intimo/capitulo/1666

    Blog: http://blogdehermogenes.blogspot.mx/

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    1. Me agrada, aunque no estoy del todo convencido de su activismo OVNI. Por otro lado, qué insoportable la reportera, como todas las de CNN cuando entrevistan a gente de derecha.

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  2. Pues ahora debes leer al maestro de maestros: De Maistre

    http://www.letraslibres.com/sites/default/files/pdfs_articulos/Vuelta-Vol15_177_01OrgFscIBrln.pdf

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