La democracia y la parábola de Cthulhu y su amigo el Leviatán

Suecia, Suecia, querida amiga:
Un tigre que se avergüenza.
Sé cómo se siente eso
Cuando la realidad se vuelve una broma.
Joakim Berg, Sverige

Regocijaos, hombres del mundo civilizado, que hemos vuelto a asistir a la gran fiesta. Olvidad los ecos de la mitología, los rumores del ya lejano Midsommar, pues aquello que nos reúne es acaso la cumbre de un lento proceso de evolución institucional. Sucedió lo que sucede cada cierto tiempo en la vieja Suecia. La gente acudió a las urnas y el resultado no pudo ser más impactante: los socialdemócratas vestidos de azul que detentaban el poder han sido derrotado por los socialdemócratas de camisetas rojas. Regocijaos, hombres del mundo civilizado y de aquel otro mundo ensombrecido aún por las tinieblas de la barbarie, hemos asistido a la fiesta de la democracia.

Nadie que no sea decente se atrevería a poner en duda que este sistema es el mejor al que pueden aspirar las naciones. Sin embargo aquí en Expresión reaccionaria no somos gente decente ni aspiramos a serlo. No es que aquí se piense que la democracia no funciona o que sea una idea fallida. En realidad tenemos muy en claro que, por sí misma, y con las condiciones institucionales bien establecidas, es un sistema altamente eficaz. Eficaz para un fin que a nosotros, como indecentes reaccionarios, no nos interesa en absoluto. 

Ya sabemos la dirección hacia la que siempre nadan Cthulhu y su pequeño amigo el Leviatán —grande o chico, importa poco siempre que se desplace al lado de su compañero—. ¿Por qué la deidad habría de detenerse y pensar que las leguas recorridas fueron todas en vano? Dicen que las corrientes de la izquierda son siempre más cálidas, incluso si estas cruzan los mares nórdicos. 

La parábola de Cthulhu y su amigo el Leviatán ya debería ser bastante obvia por sí misma, aunque para efectos de claridad habrá que traducirla, no sea que algún personaje con pocas luces tenga problemas en descifrar un recurso literario. Lo vimos en las elecciones suecas: la socialdemocracia azul, es decir la seudoderecha moderada encabezada por Fredrik Reinhardt luego de ocho años de gobierno ha perdido en contra del partido hegemónico, los Socialdemokraterna. ¿Había una diferencia esencial entre ambos bandos? Ninguna, porque mientras estén montados en el mismo barco, que a su vez navega sobre la espalda de nuestro Cthulhu, irán hacia la misma dirección. ¿O es que debemos creernos el cuento de que la centroderecha sueca —y para los mismos efectos casi todas las derechas decentes del mundo— no navega hacia el progresismo? Acaso estas derechas blandas, apoyadas por ingenuos conservadores y liberales muy cómodos, lleven un rezago en un camino cuyo destino está bien trazado. Nadie hoy, desde el armatoste del sistema, duda de los grandes pilares del bienintencionado credo secular de nuestros tiempos: el igualitarismo. No, dirán los libertarios furiosos, nosotros creemos en el individuo, pero buena parte de sus políticos fracasados, sus intelectuales de voces diminutas, sus inocuos think tanks, no difieren en lo esencial de estos credos. Y la razón es simple: no pueden permitírselo si aspiran a tener un lugar en este juego de la democracia.

Supongamos que Cthulhu se despierta de buen humor y que el capitán del barco es uno de esos centroderechistas buena onda, con ganas de ver un nuevo sol. Ese día se arma de valor y le pregunta a su dios democracia si no le apetecería ir más lento para disfrutar de paisaje. Cthulhu dirá que sí, que no hay prisa por llegar al destino. El centroderechista creerá que ha hecho algo notable y sus intelectuales y defensores echarán palomas al vuelo —y claro, los socialdemócratas de camisetas rojas se molestarán porque tienen más prisa que ninguno en llegar a la Arcadia progresista—. Hay un pequeño problema para la tripulación, y ese es que, a pesar de los esfuerzos por conseguir el mando del barco, Cthulhu en ningún momento se ha dado la vuelta o ha cambiado de dirección, por más que el capitán y los grumetes centroderichistas hayan creído que dieron un golpe de timón.

Regocijaos sin reservas, hombres decentes del mundo civilizado, y vosotros, indecentes reaccionarios, zarpad ya hacia otro lado, que no sois dignos de estas aguas. 

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